Por Javier Trímboli - Télam
El 23 de enero de 1989, ya dentro del regimiento de La Tablada, cuando ante la virulencia del cuadro producido los militantes evalúan los pasos a dar, se repiten entre balas que zumban que “es Patria o Muerte” (Celesia y Waisberg). La disyuntiva no es central en los años postdictatoriales; sólo vuelve en los desvelos imprecisos por entender y reencarnar los setenta. Entre los ocupantes hay quienes recién ven un arma tres días antes y otros que son fogueados combatientes en Nicaragua. Algunos conocen de cerca la pobreza; otros el exilio, la cárcel y la desaparición de compañeros. Desde el ´82, fueron a todas las marchas a las que correspondía ir.
“Pregunta” es el título del recuadro de tapa de Página/12, con menos de dos años de vida. Lo firma Lanata, su director. Aunque hipócrita en él, es cierto que la pregunta acerca de quién llevó adelante esa acción anduvo de boca en boca el lunes 23. Se sospecha que no pudo hacerse sin carne podrida de los servicios. A la vez, se eligen las palabras para descalificar a los ocupantes. Lanata dice que son “lúmpenes” y “adolescentes”. De inmediato se añade: “tontos”, “suicidas”, “marginales”, “asesinos”, “maniáticos”. Desagradan pero surgen por lo menos del temor, errado por cierto, de que el suceso salpique a toda la izquierda y haga retroceder lo avanzado por el progresismo. Muy poco. La Nación no duda: es la subversión marxista rediviva. Tampoco un celebrado libro reciente: es “el último acto de la guerrilla setentista.” (Hilb)
Quienes se enredan en el cuartel de La Tablada son militantes del Movimiento Todos por la Patria. Fundado en 1986, antes había sido una revista, Entre todos. Todo con la presencia de antiguos militante del ERP que parecen entender los signos de la nueva época y ajustarse a una relectura crítica de la experiencia previa que los lleva a priorizar al movimiento de masas por encima del aparato. La democracia –su defensa y conjugación con la justicia social- es la palabra más repetida en la tapa de la revista. Incluso lucen bajo la influencia de la promesa de que con “la democracia se come, se cura, se educa”. Por eso los sobrevuela el mote de “basistas”, “reformistas”. Dan la impresión de evaluar que hubo una derrota -una trama social destruida-, y que se trata de continuar la lucha sin urgencias, convencidos de que “el tiempo está a favor de los pequeños”. Lecciones de Nicaragua, en una de ésas también de Gramsci. Además, la apuesta por hacer síntesis entre tradiciones distintas -Yrigoyen, Cooke, Eva, el Ché conviven en Entre Todos-, va de la mano con que detectan antes que nadie la crisis en la que ha caído la clase política, su divorcio de la sociedad. En esta misma lógica se entiende que hayan sido los primeros financistas de Página/12 (Celesia y Waisberg).
Cómodo es adjudicar el desastre de La Tablada a la pésima conducción de Gorriarán Merlo. Pero otra es la pregunta: ¿por qué del MTP, que expresaba un momento maduro de la reflexión política, surgió esa acción armada que incluso fue calificada de “contrarrevolucionaria” (IDEPO)? A todas luces una exageración, como si alguien pudiera tener certezas en 1989 del camino a la revolución.
Aunque en diciembre hubo otra asonada carapintada y Alfonsín no negó la posibilidad de un nuevo alzamiento, cuando el 28 de diciembre –día de los inocentes- tocan los Redondos en Cemento, hay más de un compañero del MTP. Salen del pogo y hablan de eso. La tapa de El Porteño que está en los kioscos en enero de 1989 es sobre Seineldín y la omnipresencia militar.
La contratapa lo tiene a Spinetta rodeado de sus hijos, con bonete y una torta de cumpleaños; 39 suyos, 7 de la revista. En la entrevista casi no habla de música. “Fijate el gran fracaso de la izquierda en la Argentina, y el gran fracaso de la lucha antisubversiva, miles de muertos para que no se arreglara una mierda”. En contrapunto con el “militante sangre” hace suya la “militancia yogurt”, para la cual Ghandi es más importante que el Ché. "Lo que pasa es que hoy ya no queda ninguna revolución por hacer”. No ve contradicción en citar a Deleuze y Foucault y anunciar su voto a Angeloz. Todo así, señal de que la mutación es mayúscula -por el respeto con que se lo escucha hablando de política, porque su palabra ya no es la de una subcultura-, hasta que se lo pone ante la posibilidad un golpe militar “tipo fundamentalista, a la Seineldín“. Su respuesta: la única que queda es “salir con una ametralladora y matarlos”.
Mientras que la mayor parte de la militancia nacida hacia el ´83, a partir de la Semana Santa de 1987 se repliega –o, como se la acusa, se quiebra; o va hacia el “yogurt”-, el MTP pega un giro y empieza a hablar de vanguardia. También de que el poder se ha vuelto flotante, a la espera de que el más decidido lo tome. Como si intuyeran que es el final de la militancia clásica, también de un siglo. “Es el último tren de la historia y hay que tomarlo” (Gorriarán). Para colmo, las promesas de la democracia están por el piso; la crisis económica y social se precipita y la avanzada de las clases dominante para reducir a cero la política está a la orden del día. Vuelve la urgencia, no hay más tiempo. Desaprenden lo que habían acumulado como experiencia. En la alucinación, creen poder dar la última cocción al levantamiento final con que los carapintadas fantasean y envalentona a Spinetta.
La certeza de que los militares son el poder y que tienen los reflejos lentos de dinosaurios condenados a desaparecer le debe mucho a la primavera democrática. Si la violencia toma el centro de la escena es porque la política ya no conduce a nada, nada cambia. De ahí en más, sólo queda elegir la forma en que desgraciarse. Los que no quisieron darle la espalda a las apetencias populares, toparon con Menem, un paso no menos doloroso ni costoso socialmente. Ni siquiera dramático, sencillamente un bajón que te toque actuar en una época sin chances. La postdictadura fue eso. Hasta Alfonsín sabe, al enrostrarles que “han vuelto a elegir el camino de la selva”, que la selva está por todos lados. 1989 lo confirmaría con creces, un umbral.
De otra época, insalvable, escribe Junger ante el fracaso político: “En la absolución pronunciada en el Tribunal de los Muertos cuentan no sólo las buenas acciones, cuentan también los errores. Los tibios son los únicos vomitados por Dios.” Esperemos que no sólo a los tibios.