Es muy difícil no caer en las banales autopistas de la mediocridad cotidiana. Hablando en términos musicales, Spinetta combatió “a capa y espada” contra eso con el simple prospecto de tener siempre como único norte la excelencia. Les propongo hacer un ejercicio mental y ver la Argentina desde arriba, ver ese triángulo en el final del globo terráqueo que se conecta en el sur directamente con la Antártida. Allí en ese extremo increíble vivimos nosotros.
Desde ese rincón hemos mirado siempre hacia arriba. Hemos buscado incansablemente copiar las fórmulas que funcionaron en el norte del mapa. Los resultados oscilaron entre simpáticos y patéticos. Ahora bien, Spinetta es uno de los pocos que evitó comprar la fórmula mágica y optó por bucear en las profundidades de su propio interior. Los grandes artistas suelen emprender un viaje difícil donde solo ellos parecen entender el rumbo. Spinetta dedicó su tiempo a alimentar al viajero interior, mientras tantos otros invirtieron su tiempo en mirar lo que hacían los demás.
Sus primeras canciones adolescentes, como “Barro tal vez“ y “Plegaria para un niño dormido” lo mostraron como un compositor descomunal, con un oficio propio de un artista experimentado, solo que él era apenas un chico que recién ingresaba en la escuela secundaria.
Cuando irrumpió en la escena local, con cierta maldad muchos dijeron que Almendra era una copia argentina de los Beatles. De tal forma, canciones absolutamente originales como “Laura va“ o “Fermín“ podrían ser sometidas a forzadas comparaciones con el único fin de neutralizarlas. La realidad es que Almendra tuvo un tremendo nivel musical y artístico, fue un verdadero mazazo a la mediocridad facilista que él siempre combatió. Del mismo modo, Pescado Rabioso fue comparado con otras bandas anglosajonas. Afortunadamente las canciones y los discos hablan por sí solos.
Después de estas dos experiencias tremendas que dejarían discos inigualables, llegó su primera gema solista. La empatía del Flaco con la obra de una escritor maldito, quien también había construido su obra desde la marginalidad, dio como resultado el mejor disco de rock argentino de todos los tiempos, llamado simplemente, y en homenaje, “Artaud“.
Si bien apareció en las bateas como un disco de Pescado , la realidad es que fue un disco solista. Con algunas canciones compuestas en la época donde Pescado se disolvía, y otras compuestas a poco de entrar a grabarlas. Los músicos que lo acompañan en esa gran obra son sus viejos compañeros de Almendra, Emilio del Guercio y Rodolfo García, y su hermano menor Gustavo Spinetta, quien tocó la batería en algunos temas. El disco desborda en genialidad y lirismo. Canciones como “Cantata de los puentes amarillos“, “A Starosta el idiota“ o “Por“ son ejercicios de creatividad jamás oídos en nuestra música popular.
El siguiente invento fue Invisible, otro paso en su constante búsqueda. Largas improvisaciones instrumentales y herméticas canciones conformaron el primer álbum que se llamó sencillamente “Invisible“. Machi Rufino en bajo y Héctor Pomo Lorenzo en batería (ambos ex integrantes de Pappos Blues) fueron sus compañeros de aventuras musicales. Paradójicamente, la música resultante poco tenía que ver con el rock directo de Pappo Napolitano, sino que se acercaba más bien a la de grupos experimentales como King Crimson. Con los discos, Invisible fue virando hacia una sonoridad más urbana y tanguera, como queda plasmado en el genial “El jardín de los presentes”, con Tommy Gubitsch (que después fue convocado por Astor Piazzolla) en guitarra eléctrica, el tecladista Gustavo Moretto (del grupo Alas) y los bandoneonistas Rodolfo Mederos y Juan José Mosalini.
La siguiente etapa de Spinetta con sonoridades jazzísticas incluyó la banda Spinetta con la que grabó el disco “A 18 minutos del sol“ y la posterior Spinetta Jade por la que pasaron los mejores músicos del país, entre ellos el baterista Pomo Lorenzo, los bajistas Cesar Franov, Paul Dourge y Beto Satragni, los tecladistas Mono Fontana, Lito Vitale, Leo Sujatovich, Diego Rappoport, el multi instrumentista Pedro Aznar y otros.
Su camino artístico y personal lo llevó a escaparse del ruido de la ciudad y buscar una aislada casa quinta en Castelar, cerca de su querido estudio “Del Cielito”, ubicado en el inicial Parque Leloir donde grabó varios de sus discos junto a su amigo Gustavo Gauvry. Fueron tiempos de “Mondo di Cromo” y “Kamikaze” donde las grabaciones se combinaban con zambullidas en la pileta o un micrófono ubicado en el medio del jardín con el sonido de los grillos de fondo, según me contó alguna vez.
Años después regresaría a sus barrios de infancia, Belgrano, Colegiales y Villa Urquiza para instalarse y dar forma a un viejo sueño: Tener un estudio de grabación propio.
La Diosa Salvaje fue el bunker creativo, su posterior casa y el lugar donde eligió pasar sus últimos días. Allí ensayaba con sus músicos, grababa sus discos y oficiaba de anfitrión para cocinarle a sus amigos. La ultima vez que lo vi fue en su casa, conversamos 3 horas y media sin parar. Me contó todo aquello que siempre quise saber, y generosamente accedió a que grabara ese encuentro con mi grabador de periodista.
El histórico concierto “Spinetta y las bandas eternas“ tuvo algo de despedida. De premonición del final. Reunió a todas sus bandas y a todos los músicos que participaron con él para hacer un único y último concierto en un estadio colmado de gente. La emoción recorrió el concierto de principio a fin. Como si de alguna manera el Flaco y todos intuyéramos el fin de una historia. Hace tres años se iba el mago. No habrá ninguno igual, no habrá ninguno.