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miércoles, 02 de julio de 2014

Historia de familias y narcos en VGG

12:30 La pesadilla de Vanesa Urraburo comenzó el 2 de mayo a la mañana, cuando descubrió a su vecino Aldo Acosta quitando el alambrado perimetral de su propiedad. Tiempo después junto a su esposo, Miguel, y sus hijos tuvieron que abandonar el barrio. El clan quiso usar su vivienda como "kiosco" para vender drogas. No lo lograron y la terminaron incendiando

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Vanesa trabajaba por 50 pesos y un plato de comida, sin obra social, vacaciones pagas ni aguinaldos. A los 30 años, con cinco hijos que alimentar, cuidaba de noche el almacén de la vecina que la había contratado para evitar nuevos robos. No era lo que había soñado pero la necesidad la empujó a aceptar el trabajo de custodio improvisado. De día, Vanesa y Miguel, su marido de 60 años, se las arreglaban para compartir largos ratos en el taller de él, ajenos a la pobreza que todavía los abraza. La casa familiar estaba sobre Paraguay al 600, en el barrio Tigre de Villa Gobernador Gálvez, al sur de Rosario, territorio que en los últimos años fue regado de sangre por los grupos que se disputan el control del narcomenudeo. 

Vanesa y Miguel vivían tranquilos, lejos de los ajustes de cuenta que diezmaron a tantas familias santafesinas. No se metían en problemas ajenos, sólo se preocupaban en conseguir los materiales para terminar la casa construida en el terreno comprado por el hombre, cuando la zona todavía era descampado y esperanza. Hoy, nada queda en pie. Ni su casa ni sus sueños.

La pesadilla de Vanesa Urraburo comenzó el 2 de mayo a la mañana, cuando descubrió a su vecino Aldo Acosta quitando el alambrado perimetral de su propiedad. "Cuando le pregunté quién le había dado permiso y me agaché para agarrar el tejido, me pegó un golpe de puño en el pecho. Justo salió mi marido y empezaron a insultarse. Los chicos lloraban porque la discusión era fuerte, entonces llevé a mi marido adentro de la casa y Aldo le gritó que lo iba a matar", le contó la mujer a Tiempo Argentino.

Más tarde, "Topo", el hijo de Aldo, se acercó a la casa de Vanesa, sorprendió a su marido, y comenzó a pegarle mientras le gritaba "con mi viejo nadie se mete". Vanesa no estaba en la vivienda, sino que escuchó los gritos desde su lugar de trabajo, ubicado sólo a media cuadra de allí. Si bien corrió para evitar que las cosas empeoraran, en ese momento, según la denuncia que radicó en la Comisaría 29, el muchacho comenzó a señalarlos con un arma de fuego.

"¡Salí cagón que te voy a enseñar con quién te tenés que meter! Ahora te voy a prender fuego la casa", dijo Topo y la amenaza no murió en palabras.

Al otro día, antes de que el reloj diera las 8, la casa de Vanesa ardió en llamas, y con ella se perdió la habitación especial que tenía preparada para atender a Ailén, de cinco años, una de sus pequeñas hijas, que tiene una cardiopatía congénita, y el paladar abierto porque nació prematura. 

Según Vanesa la pieza estaba equipada con pantallas de calefacción donadas por la Secretaría de Salud Municipal. Hoy ni documentos les quedaron. Perdieron todo y, lo que es peor, no pueden volver al barrio porque están amenazados. Por eso se instalaron en Rosario, en la casa de la madre de Vanesa.  

"No quieren que volvamos al barrio. La semana pasada fui a Gálvez a buscar la libreta de una de mis hijas, porque hace casi un mes que mis hijos no van a la escuela por todo esto, pasé por el barrio y se ve que me vieron, porque a la noche dos personas vinieron a verme y me dijeron que no fuera más al barrio, porque si no iban a matarme a mí y a mis hijos", agregó la mujer.  

"Seré humilde, no tendré los medios, pero no tengo miedo y necesito que alguien me ayude porque no sé más que hacer, qué puertas golpear. Esta persona tiene varios antecedentes penales y si quemaron la casa, no sé qué más puede pasar", cerró Vanesa, que está segura que las amenazas llegaron porque en su denuncia mencionó que los Acosta querían quedarse con su vivienda para armar un búnker y vender cocaína y marihuana.

En este punto, bien vale hacer memoria. El apellido Acosta está ligado al negocio de la cocaína en Santa Fé. La hija de Aldo es Norma, viuda de Miguel Angel Saboldi, que tenía 35 años y era conocido como "Japo". El 12 de abril de 2013, Japo, mientras estaba alojado en la alcaidía de Jefatura de Rosario, luego de ser detenido con ocho kilos de cocaína, 14 panes de marihuana, armas y 150 mil pesos, fue prendido fuego.  Según Norma, a su marido lo mataron a pedido del intendente de Gálvez, Pedro González, y Luis "Pollo" Bassi, acusado de haber participado en el homicidio de Claudio "Pájaro" Cantero, miembro de Los Monos, clan familiar que reinó en el sur rosarino durante mucho tiempo.

Pero Norma también tiene un vínculo personal con el oficio que acabó con la vida de su marido. El 11 de junio de 2009 fue detenida en la unidad básica del barrio La Tablada de Rosario que estaba a su cargo. El operativo lo hizo la Dirección General de Prevención y Control de Adicciones de la provincia y la acusaron de almacenar cocaína.

Este año, la familia volvió a ser noticia por el crimen de Aldo hijo, que murió en un confuso hecho en el centro de Rosario. El muchacho fue baleado en abril por el dueño de una casa ubicada al 2300 de Roca. 

La versión policial habló de un intento de robo, mientras que su hermana se inclinó por un ajuste de cuentas. "Mi hermano no fue a robar, fue a cobrar una plata. A él lo llevaron a ese lugar y no sé por qué. Es mentira, mi hermano no era un delincuente, el arma se la pusieron y fue arrastrado dentro de la casa", dijo Norma.

Vanesa es consciente que enfrenta un enemigo que no siente remordimientos al golpear debajo del cinturón. Aun así, insiste en revelar la trama que dejó a los suyos a la deriva. No siente miedo. Es el sacrificio de la pequeña Ailén el fuego que la empuja a seguir luchando. La niña, que espera ser operada para que le reconstruyan el paladar, sufre los estragos más que nadie, porque el incendio intencional la dejó sin la multiprocesadora que su madre usaba para triturar la comida y alimentarla. Así de cotidiana puede ser la desdicha. Simple, sin tantas vueltas. 

Pero hay personas que tienen el umbral del dolor más alto que otras. En los barrios humildes son siempre las mujeres las que sufren los rounds de la vida. De tantos golpes, Vanesa aprendió a caer. Pero jamás a darse por vencida. Nunca antes de que suene el último campanazo.  «
 
Otros casos similares
 
Otras dos mujeres rosarinas sufren amenazas e intimidaciones de los narcos. La ex policía Adriana Abaca vive con custodia desde que señaló un búnker de drogas. A pesar de ello,  hace una semana más de 20 personas agredieron a su familia, rompieron varios vidrios del frente de su casa y le quebraron el brazo a uno de sus hijos. 

El caso de Betina Zubeldía es similar. Ella también se animó a acusar a narcos del municipio de Pérez que le vendían drogas a su hijo y le costó caro: hace un mes le arrojaron una bomba molotov al frente de su comercio. 

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